“Hay gente que tiene sus raíces por fuera, pero otras las llevan por dentro. Tú eres una de ellas.”
Esto me lo dijo mi psiquiatra acá en Bogotá hace apenas unos poquitos meses cuando le confesaba que la verdad no extrañaba México. Que ser una vagabunda, una hojita al viento, es algo de lo que yo soy.

La muestra plástica de la que formo parte en el Museo de las Artes de la Universidad de Guadalajara desde el diez de abril se titula “Raíces Creativas” y justo viniendo de la cita donde mi doctora dijo esas palabras, en medio de un día que no estaba resultando fácil, atravesando la zozobra migratoria que implica vivir en un país donde no naciste, donde hay que pedir permiso para permanecer y del que ya te enamoraste irremediablemente, Moisés Schiaffino (curador, coordinador de exposiciones del MUSA, mago gestor, dibujante) me envió el mensaje que iluminaría mis semanas por venir.

Creo que puedo hablar por muchos y muchas artistas cuando digo que el MUSA es un sueño para exponer. Desde que vivo en mi neblinosa, fría, alta y verdérrima (dispensen la posesividad pero es que la siento muy mía) Bogotá, he vuelto tres veces a Guadalajara y en las tres, a pesar de mi absoluta negación, he tenido que rendirme a reconocer el sentimiento de que sí, ahí es mi casa y de alguna manera lo será siempre. Por más mujer errante, hoja al viento, alma sin puerto y todo lo que yo sea. En sus calles hay mil recuerdos esperando a que yo pase para detonarse, vidas pasadas, amores que ya no están, Dianas que ya no existen pero que forman parte de mi andamiaje personal.
Entonces, exponer en el MUSA acompañada de otros once artistas, tomar todo el piso de arriba cada uno con diez piezas, tensó ese hilo que me tiene hilvanada a sí, a mi Guadalajara.
Había que hacer una labor de mirar hacia atrás para elegir las piezas. Algunas ya están para siempre fuera de mi alcance: en otros países, o en manos de antiguos mecenas con quienes ya no quise tener contacto. Y es que justo mi Guadalajara alberga muchísimos de mis dibujos. Elegir los diez fue muy difícil pero al final decidí que tendrían que ser aquellos que mi inconsciente me arrojó como pantallazos de intensos recuerdos. Hay algunos que muy poquitos ojos han visto, dos muertes de personajes (apenas en los últimos años he podido dibujar el final de algunos de ellos). Hay un paisaje que mi Mamá amó mucho, hay varias despedidas, un viaje emprendido y su llegada, una niñez, escenas de profunda vulnerabilidad, de bajar todas las defensas.

En esta vuelta a mi Guadalajara caminé muchos kilómetros todos los días, encontrando las ventanas horarias en las que el clima lo permite, dejando que las sombras de los árboles dictasen mi ruta, saliendo muy temprano para encontrarme con ese frío fugaz de las siete de la mañana, pisando las baldosas a cuadros rojos y blancos de la Americana, atravesando barrios y colonias que han cambiado mucho pero no lo suficiente para sepultar las memorias.
Entonces, todo el camino para preparar esta exposición (la parte que me tocó a mí) tuvo muchísimo que ver con mirar hacia mi pasado, hacia lo anterior, hacia todos esos años llenos de amor, rebosantes de vida, de lágrimas, luchas, pérdidas, gozo, todo. Resulta que sí, mis raíces son profundas, intrincadas, se enredan cruzándose, encimándose como las líneas que conforman mi trabajo.
Sí soy una hoja al viento (otoñal) pero también soy como un papalote revoloteando bien alto. A veces se mece suavemente por el viento. Otras, la vela ondula furiosa, la estructura cruje. Es el papalote con la cuerda más larga del mundo. El punto fijo en la ciudad donde nací.
