“I know very well that I would be better off living normally, better off keeping to the straight and narrow, not to be (at the age of 30 years) as futile as Cherubino di amore for Beaumarchais (…). I know that I do not have enough respect for the law, that I am as scatterbrained as a mayfly, and as unworried as a monk, I know that I do not contribute to the good of the State but that which you do not suspect and that which will cause all serious people to faint, right up until the fifth male generation, is that I am happy and almost proud of being like this and not otherwise…. I hope that this surpasses the boundaries of decent insanity…”
-“Sé muy bien que estaría mejor viviendo normalmente, mejor si me mantuviera en lo derecho y estrecho, no ser (a la edad de 30 años) tan fútil como Querubino como con su amor por Beaumarchais (…) Sé que no tengo suficiente respeto por la ley, que soy tan atolondrado como una efímera, tan despreocupado como un monje, sé que no contribuyo al bien del Estado, pero lo que no sospechas es que aquello que hace que la gente seria se desmaye, hasta la quinta generación masculina, es que estoy feliz y casi orgulloso de ser así y no de otro modo…espero que esto sobrepase los límites de la locura decente…”
-Carta de Félicien Rops a Emile Leclerq, 1863
Una chica casi desnuda, joven y absolutamente deseable lleva sujeto a un cerdo, camina sobre un friso exquisitamente esculpido, con sus botines y sus medias de lazo, manteniendo un perfecto equilibrio a pesar de llevar los ojos vendados por debajo de su sombrero de terciopelo negro. Un moño azul le ciñe la cintura, como si fuera el cinto que acabaría por realzar su figura si llevara el vestido. De hecho, la chica lleva todas las prendas que corresponderían a alguien de su estatus y condición; menos las principales, las que la pondrían a salvo de las miradas lascivas. Es esta falta de pudor básico, y en que precisamente lleva cubierto aquello que uno quizá podría ver sin tanta alharaca, lo que hace parecer aún más desnuda a la muchacha.
Se han hecho múltiples análisis de esta obra: que si el cerdo representa las bajas pasiones dominadas apenas, que si mas bien es el dominio del hombre por parte de la mujer a través del sexo, que si los ángeles que revolotean alrededor de la mujer son sus antiguos amantes, algo es cierto, al autor de esta obra, el grabador y dibujante belga Félicien Rops, el debate le hubiera parecido maravilloso.
Rops nació en 1833, su talento para descubrir en imágenes las falsedades de su tiempo, su mirada agudísima a las hipocresías de la sociedad en que habitaba, y su técnica impecable, lo llevó a ser uno de los simbolistas más polémicos y respetados de su momento. En su trabajo siempre hay un trasfondo, un mensaje entre líneas que incluso nos hace olvidarnos por un momento de su magnífica técnica.
Fué precisamente su extraordinaria habilidad la que le trajo reconocimiento de varios artistas, ello le abrió las puertas hacia París. Durante una de sus visitas a la Ciudad Luz estudió grabado al aguafuerte con los maestros Bracquemond y Jacquemart. Dado que su amor primario era la línea, no tardó en volverse un maestro de todas las técnicas de grabado, en particular el barniz blando, la punta seca y el aguatinta.
Rops conoció al escritor Charles Baudelarie a través del editor Auguste Poulet-Malassis, para ese momento, el francés estaba completamente seducido por la obra del belga, y dijo alguna vez, refiriéndose a Félicien en una carta a Manet: “¡Rops es el único artista verdadero -y tal vez aquello a lo que sólo yo me refiero como “artista”- que he encontrado en Belgica!” Pronto, Rops se encontraba haciendo la portada de “Las Epaves” de Baudelaire, de esta obra, el autor francés se expresó así: “¡Oh Monsieur Rops, esto está tan vivo…nunca ganará un premio de Roma, pero su talento es tan vasto como la pirámide de Keops!”.
En su madurez, Rops se mudó definitivamente a París, ahí vivió y amó a las hermanas Duluc, de sus numerosas relaciones amorosas, las que sostuvo con Auleríe y Leontine fueron las que más duraron, incluso tuvo una hija con la primera.
En este punto de su carrera, Rops era el mejor ilustrador de París y trabajaba para una gran cantidad de escritores, entre ellos se encontraban: Théophile Bautier, Alfred de Musset, Barbey d´Aurevilly, Joséphin Pelladan y muchos otros.
Félicien murió en 1898, tras padecer por diez años una enfermedad en los ojos que lo obligó a bajar su ritmo de trabajo. Al final de sus días lo acompañaban sus amadas Aurelién y Leontine, su hija Claire y sus amigos más cercanos.
Rops siempre mantuvo un perenne amor a la vida misma, y aunque su estilo de vida nos suene ahora escandaloso, lo que para él imperaba era la honestidad, siempre se debatió por ser lo más fiel a sí mismo que pudo, en el camino rompió conciencias y algunos corazones, pero al final lo logró.
(…) I have faith in art, and indeed a great faith. I have arrived at a stage in life that I find particularly pleasant, since having seen almost everything that needs or must be seen in order to formulate one’s judgement on things, to sort out one’s vision on human beings, I am neither blasé nor exhausted, nor tired. I have all my teeth, my kidneys are solid enough to carry out their functions and I have such a great love of life that it seems to me every morning as if I am reborn (…). “
(…) Tengo fe en el arte, y es en realidad una gran fe. He llegado a una etapa de la vida que encuentro particularmente agradable, tras haber visto casi todo lo que se necesita o debe verse para poder hacerse un juicio propio de las cosas, para hacerse una visión personal de los seres humanos, no estoy agotado, ni exhausto. Tengo todos mis dientes, mis riñones son lo suficientemente sólidos como para llevar a cabo sus funciones y tengo tal amor a la vida que me parece renacer cada mañana (…)”
– Carta de Félicien Rops a Edmond Picard, 1878