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Crónica de la Cita para Coleccionistas parte II en Diana Martín Gallery

 

Decidí que la fecha de mi cumpleaños sería especial. No especial de ir a algún lugar fuera de lo común, o de vacacionar; sino especial porque decidí fusionarla con trabajo, con compartir la obra nueva y también acoplar el inicio de un año nuevo en el que quiero que abunden los motivos para dibujar y que mi obra llegue a más y más personas.

La Diana Martin Gallery ya tiene un año y comienza a correr el segundo. El espacio alberga ya pura obra original (a diferencia de cuando empezamos, en ese entonces sólo teníamos reproducciones) estamos en otra sede: una casa nueva y luminosa con un jardín que poco a poco vamos llenando de árboles y plantas. El proyecto se mueve y crece como un ser vivo.

Arrancamos el Programa para coleccionistas, una iniciativa que desde Octubre del año pasado ha permitido que el proyecto sea viable financieramente, este proyecto va ganando adeptos poco a poco. Es un rumorcillo que lentamente va sonando más fuerte.

El día del evento nos encontró comprando los ingredientes para la cena, cocinando toda la tarde, yendo a recoger la obra enmarcada, montándola y ordenando los últimos detalles de la noche: detalles como el libro de visitas, tapar las obras nuevas con raso negro, colocar el atril de hierro forjado, pegar las cédulas para los cuadros, poner la música, ponernos guapos.

Al filo de las ocho comenzaron a llegar nuestros invitados, fluyeron naturalmente por la galería, desembocando en el jardín, -hacía una noche deliciosa, fresca- ahí charlamos, los puse al día sobre el proyecto, amaron la casa nueva, los árboles que hemos plantado: el olivo, el algarrobo. Faltando veinte minutos para las nueve los animé a pasar a la sala para hacer la presentación, lucían en sus manos sendas botellitas de Finlandia Frost, -bebida que generosamente nos patrocinó Tequila Herradura-, agradecí su presencia, a los amigos y familia que nos ayudaron a sacar adelante el evento. Expliqué de qué trataban los dos cuadros nuevos que me disponía a develar, les expliqué de dónde venía la inspiración que me llevó a dibujarlos. Luego los descubrí.

El público entonces pudo apreciarlos. Aquí les comparto algo más: así como hay personas que regatean sin pudor, hay otras que llegan a amar tanto mi trabajo y además a respetarlo a tal grado que con su trato me siguen enseñando cómo debo conducirme en este mundo del arte, tan repleto de gente ventajosa. Con cada evento gano más confianza en mis dibujos y me sigue pareciendo impactante cómo una obra que a tus ojos no te acabó de gustar encanta a la gente. La perspectiva de quien crea está muchas veces carcomida, -incluso en la gente más respetada en el arte- por cierta inseguridad.

Pero esa noche batí un récord de ventas que no había alcanzado nunca en mi carrera, rodeada de gente que estaba ahí porque lo deseaba y estaba disfrutando de la noche. Me trajeron un pastel precioso, algo que me recordó que efectivamente también era mi cumpleaños, y los regalitos.

Vinieron quienes debieron estar, no faltó ni sobró nadie.

Pero a todos ustedes que desean venir, los que se están enterando, los que llevan tiempo sin acudir, a quienes les gusta mi trabajo, les comparto que las puertas de esta casa/galería están siempre abiertas, y habrá más eventos, y más arte, mientras mis manos no dejen de hilvanar historias con líneas sobre el papel.

 

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Tota

  • Hace un mes adoptamos a Tota. La negra Totasa le decimos. Parece una cruza de maltés con cocker y vaya usted a saber qué más. Un amigo me dijo que parece que yo la dibujé de tan negro su pelaje. A ratos sus movimientos son elegantes y precisos y luego juega y es el ser más torpe y desmañanado y se da de golpes al perseguir la pelotita luminosa que su hermanita Molly (también ex-callejera) rechazó. To es muy juguetona, dulce hasta el empalago. También es una raterilla; extrae calcetines, chones, chanclas y cualesquier prenda del cesto de ropa sucia para hacer más acogedora su camita. Es curiosa, antojada, besucona, y también le tiene miedo a Jos.
    Cuando llegó nos temía los dos, era sumamente cautelosa, sus ojos con la medialuna blanca de la precaución permanente. Incluso se nos escapó durante la tarde de su primer día con nosotros. Se escurrió por un hueco angostísimo que dejó la tabla de macocel con la que tapamos hechizamente la luz de los barrotes blancos de la puerta del jardín. Obviamente se lastimó, pero su terror hacia nosotros y toda su situación nueva borró toda otra posibilidad de su mente de perro maltratado y vejado por humanos hijosdeputa. La buscamos como locos por la colonia, los dos corriendo desgreñados, en fachas y chancludos, -trabajamos desde casa, o sea que no nos arreglamos muy seguido entre semana- luego en el carro, desesperados y yo al borde de ponerme a chillar por la culpa y la impotencia, pensando que qué pinchurriento destino el de esa perrita que por su pasado había jodido su futuro de harto amor y tragazón con nosotros. Vivimos cerca del Periférico, la imagen de un pequeño cadáver oscuro, tieso junto al muro de contensión no dejaba mi mente.Pero la encontramos.

    Luego, (como 48 horas después) Tota se dio cuenta de que podía confiar en mí y desarrolló una codependencia hacia mis faldas y mi presencia. Toda la situación removió cosas extrañas en Jos, quien le atribuía razones humanas a su desprecio y tremendo azoro. La perra resultó más eficaz que un psicológo para proyectar complejos y asuntos a medio cerrar, despertó en Jos una frustración inaguantable que explotaba todos los días. Y yo como salero ahí entre mi novio y la perra, entendiéndolos a los dos, buscando textos de César Millán y demás gente experta en lidiar con canes tímidos. Jos no hizo caso de nada y eso me frustró a mí de vuelta. Los gestos que yo encontraba adorables en To, desquiciaban a Jos y lo llevaron a amar más a nuestra otra perrujilla, la cuasigato Molly.
    Molly no le hizo caso a Tota las primeras semanas. Le dio su espacio a la loca para que se aclimatara y con el tiempo las dos comenzaron a retozar y jugar. Creo que Jos debió imitar la actitud de Mo, tan sabia en su empatía perruna, más elocuente que Millán.
    To ya le tiene menos miedo a Jos, quien nunca la ha podido ignorar, Jos no se aguanta de tomarla en brazos y acariciarla mientras To es una cosa rígida que tal parece que viaja a su torturado pasado en un ataque de estrés postraumático ( Jos y yo dedujimos que la maltrataban hombres, y muy probablemente había uno barbón y grandote que la golpeaba con especial saña. Cabrón.)

    Pero los perrujos le sacan a uno una ternura que no sabía que tenía. Cuando escuché a Jos decirle “Toti” a Tota supe que aunque a veces nos gane la desesperación vamos a estar bien en esta aventura de adaptación.
    A Molly le llevó muchos meses dejar de ser tan altanera y mamona con cualquier homínido que no fuéramos nosotros. Así que Tota le lleva  ventaja en su propio proceso.

Y bueno, pues que amo a mis perrashijas.

Adopten.