“The power of love is a curious thing: makes one man weep, and another man sing”
– “The Power of Love” canción de Huey Lewis and the News
Una nunca sabe cuándo puedes estar expuesto a su fuerza. Lo cierto es que está por todas partes. La gente sigue creyendo en él, lo comprobé hace unas semanas.
Me invitaron a ser parte de una conspiración: un hombre quería proponerle matrimonio a su novia, es una historia que ha venido repitiéndose hasta la saciedad en la historia de la humanidad. Debiera dar hueva -de hecho sí me dió- pero el asunto tenía medio muertos de nervios a los involucrados. Oculté mi pereza lo mejor que pude, tratando de interesarme en los tejemanejes que el novio había tramado con ayuda de sus aliados en lo que sería su día D.
El evento tuvo lugar en un centro comercial. Un sitio cuyo redondo vestíbulo alberga a uno de esos cafés omnipresentes de la sirenita. La novia acudió llena de preocupación por la amiga que se inventó una tremenda desgracia que debía compartir para aliviar su atribulado corazón. El resto de los conspiradores estábamos ocultos tras los elevadores. Otra de las amigas del novio, una chica con espíritu de coordinadora de eventos, se las arregló para programar en el sonido de la plaza una de las canciones preferidas de la novia. A mí me tocó sostener una hoja de papel con un fragmento de esta frase:
“I have loved you from the first time i saw you, and i want to make you happy always.”
O algo así. Cursilísimo.
En lo que varios extraños hechizados por la fuerza del plan maestro -y las artes de convencimiento de la amiga del novio- se acercaron a la novia para entregarle flores, nosotros nos formamos en fila india con nuestros papeles, listos a la señal para entrar, que sería cuando comenzara la canción. Una pieza de Regina Spektor.
Y lo hicimos. Ahí empezó lo bueno. La cosa ya tenía un tinte extraño porque estos dos enamorados ya sabían que se casarían, tienen hasta reservado el salón de su recepción y muchos detalles de su boda arreglados, incluso la fecha. El chavo sabía que la chica le diría que sí. Desde un rincón de mi mente, una vocecilla me decía que si no existía la posibilidad que al novio lo mandaran al cuerno entonces la cosa perdía gran parte de su chiste.
Pues no fue así.
Desfilamos ante la atónita novia que nos miraba entre sorprendida e incrédula. En la mesa aprecié el manojo de flores moradas salpicadas de blanco junto al vasito de café. El resto de la gente del local comenzó a volver las miradas hacia nosotros: los conspiradores. El novio entró en escena, portando una elegante bolsita negra de papel con asa. El momento arquetípico sucedió entonces: un hombre arrodillado ante una mujer, pidiéndole que pase el resto de su vida con él.
La gente que estaba en la plaza se arremolinó al borde de los barandales mirando hacia abajo, hacia el momento que se desplegaba frente a ellos: la novia temblando de emoción y con las mejillas húmedas, el novio con lágrimas contenidas en los ojos. Las personas que caminaban alrededor del borde del café se quedaron inmóviles, atestiguando el momento, fue como si el tiempo se hubiera parado en el instante que ella se tomó para aceptar el anillo que él le ofrecía. Cuando movió la cabeza asitiendo, la plaza entera estalló en aplausos.
Y yo, la que llegó arrastrando los pies llena de flojera, tuve la breve impresión de estar mirando su beso por debajo del agua.
Diablos, yo tampoco he dejado de creer en él.