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Amores gordos..

…oh sí, y el gordo encerrón que tuve ayer y antier en casa de mi maestra. Llegué a mi asesoría de los jueves a las 5 pm, en taxi (como deberá ser mientras no tenga carro propio, es imposible andar en camión cargando cinco cuadros) y ahí estaban el Sr. Fundidor y su chalán, listos para llevarse el puerquito de plastilina que sería vaciado en bronce ventitantas veces.
La asesoría propiamente dicha empezó a las 8 más o menos, me dí cuenta de varias cosas, la primera: necesito un caballete, es curioso que mientas mi chamba pierde su aire buenito y demasiado dulce y empieza a sacar las brillantes uñas de la sátira, necesite un utensilio más de pintor que de ilustrador. La segunda: mi maestra, una de las pintoras más renombradas del país, es una mujer que me dobla la edad, y es una cabrona para hacer las críticas. Mientras cada una trabajaba por su cuenta, ella de repente volteaba a ver mi trabajo y me decía cosas como: “Esa nalga te quedó culerísima, cámbiale la forma. Los omóplatos, ¿porqué tan marcados si la mujer es sumamente gorda?, ¿porqué esa dicotomía?, la luz, la luz, no te olvides de dónde está tu fuente de luz. Huye de los lugares comunes como si fueran la mismísima peste”. Pues muchas gracias. Los cinco cuadros que están resultando de su brutal y al mismo tiempo amorosa dirección son muy, muy distintos a los otros, sigo siendo yo, pero con colmillos. Estoy feliz de no estar perdiendo el aire de caricaura pero estar ganando en seriedad.
Ya los verán.
Trabajamos hasta bien entrada la noche, entre las carcajadas por el chanchito -el pinche puerco, le decíamos- que ella esgrafiaba con una espátula de dentista, la buena conversación, las críticas, los lápices y el vino tinto.
Acabé dormida en el sillón de su sala. Y a la mañana siguiente casi acabé otro cuadro. Ella acabó el marranito.
Hoy sigo, con mis gordos amores, pero ya en mi casa, en la mansión.

Cuídense,

Bais.

D.