Érase que se era una ñoña con buenos amigos. Una ñoña que no tenía con quien hablar de sus ñoñerías pues. Era penoso tener que esconder la cola de lobo en las reuniones, pues nadie podía seguirle la pista a sus comentarios ñoños. Sus amigas amaban las comedias románticas y encontraban aburridisimas las películas basadas en cómics o videojuegos o libros de fantasía y ciencia ficción (películas ñoñas, pues). Esta ñoña hace monos. Ilustra y pinta. Y de unos meses para acá descubrió un sitio güeb de gente que, al igual que ella, tiene una cola de lobo. Un buen día dejó de ser fan de closet y se atrevió a dejar un comentario. Desde entonces no ha parado. Pasaron unos meses y oh-sorpresa, se metió al librito de las caras mejor conocido como Facebook. Hace poco subió una invitación para una de sus expos, y en la noche de la inauguración se aparecieron dos de los seres con cola de lobo que tienen blogs en ese sitio. En ese momento no se reconocieron totalmente como ñoños, pero el momento estaba cercano. La semana pasada esta ñoña grabó un podcast con ellos, y-oh-sorpresa, pudo sacar a relucir su cola de lobo sin pena y con orgullo. Ahora está resultando en un proyecto de cómic juntas y juntos (hay más lobos implicados) que será publicado en una antología pronto (los mantengo informados, claro).
Y wow, ya me han prestado libros y cómics, orejas para escuchar, su cuartel para pasarla chido. No es uno el patito feo. Es como volver a tener nueve años con las prerrogativas de un adulto.
Son una bendición las amistades nuevas. Ahora a cultivarlas.
Un abrazote a todos los lobos que andan aullando por ahí. Aullen fuerte, quien no sabe hacerlo no encuentra su manada. ¿O no creen que evocar recuerdos de la infancia oliendo ponys ochenteros y viendo clips de series de animación vieja es señal inegable de estar en una frecuencia armónica?
Cuídense siempre.
Bais.