Pues bien. Resulta que este miércoles entregué un cuadrotototote. Vinieron a recogerlo por la mañana y todo mono y embalado, ayudé a treparlo a la pick up de mi cliente. Nos despedimos cordialmente y todo parecía en orden hasta cinco minutos después, cuando volvieron a tocar a mi puerta y me enteré que, por alguna extraña razón ligada a las leyes físicas de la fatiga de los materiales y la fuerza del viento, los travesaños del bastidor habían tronado como huesitos de pollo. Mi cliente estaba pálido y no paraba de retorcerse las manos. A mí se me salió una risilla histérica, pensé que la tela se habría rasgado también. Pero ya observando bien los daños, solamente fué el bastidor el que finalizó su vida últil.
Tuve que volver a mandar hacer otro bastidor, desmontar la tela del bastidor roto y volverla a tensar en el nuevo. Y con las manitas de princesa que tengo pues imagínense que acabé llena de ampollas. ¿Que porque no usé guantes? Pues porque, al igual que con el condón -no se siente igual- pierde uno sensibilidad, y la chamba no queda todo lo bien que debe.
También me aventé una portada para un libro de publicación indepeniente, se llama «The missing carcass» -mi traducción libre es: «El cadáver perdido»- y saldrá en unos meses. Es un libro de poesías que hablan, entre muchas otras cosas, acerca de vegetales que comen carne a la hora del postre.
Ahora estoy empezando el segundo cuadrote. Y que Poseidón y su cornuda esposa Anfirite me ayuden.
Cuídense.
Estaba viendo el anime Death Note en mis ratillos libres. Y todo iba bien hasta el capítulo 18, desde ahí chafea espantosamente horrible.