«Never complain, never explain. No one is paying you for either. Keep shining, crazy diamond. Carry on with your mission.»
Caitlin Moran
El 2013 nos agarró en Los Ángeles pero ya sabía que regresaríamos a Guadalajara. Me moría de frío en el Universal City Walk cuando dieron las doce y el DJ del evento que estaba a reventar nos puso la de «Gangam Style». Al volver a casa, mientras esperábamos el metro en el andén, me quité los aretes y uno de ellos se me cayó, quebrándose. Esos aretes me los había obsequiado mi mecenas a principios de diciembre.
Mi suegra y mi cuñado nos visitaron durante la primera semana de enero. Los paseamos por los lugares que Jos y yo habíamos aprendido a amar en esa ciudad y cuando ellos regresaron, los preparativos para volver a México comenzaron. Devolvimos los muebles que un amigo de mi mecenas nos había prestado, cancelamos los contratos de luz, agua, gas y el internet. Vendimos nuestro colchón y regalamos los demás enseres de la casa. Mandé por FedEx a México mis libros. Mi mecenas y yo firmamos una especie de contrato que definiría nuestra forma de trabajar desde ese momento.
Regresamos a Guadalajara el 31 de enero, muy contentos de estar de vuelta pero con muchas deudas que pagar. Nos movimos para juntar dinero y al cabo de unas semanas ya no debíamos nada. Vivimos en casa de mi suegra por dos meses mientras nos recuperá amos financieramente, disfrutando de la exquisita comida de la abuelita de Jos, de trabajar en la mesa del jardín y de la maravilla que es vivir en Las Fuentes.
Fue en este período que comencé a experimentar una fuerte ansiedad al tratar con mi mecenas y a sentir la ambivalencia de su apoyo, sus dudas e incluso, tal vez, su arrepentimiento de haberse metido en el borlote de apoyar a una artista. Esta ansiedad, junto con la sensación de fatalidad de que todo podía irse a la mierda me llevó a producir obra de manera compulsiva, a mandarle regalitos y cartas donde le abría mi corazón en una especie de súplica tácita de que no retirara su apoyo. Nunca he sido capaz de separar los negocios de las emociones. No quería faltar a mi parte del trato por ningún motivo aunque debido a mi nerviosismo, la obra que produje en esos meses y los que siguieron no fue -con pocas excepciones- buena.
En Abril nos mudamos a la que sería nuestra casa y también la primera sede en Guadalajara de la Diana Martín Gallery. Una casa enorme, vieja y maravillosa en la calle de Miguel Blanco, muy cerca del templo Expiatorio. Invertimos en dejarla hermosa para nuestro primer evento: en mi cumpleaños preparamos un ramen multitudinario que espero mucha gente recuerde con cariño, no le cobramos a nadie y no paramos de trabajar. Fue en este día que mi mecenas me comentó que le mandara toda la obra que hubiera producido. Lo hice. Después, en agosto, descubrí que nunca la desenvolvió.
También en Mayo llegó a nuestras vidas Molly, nuestra bella perrita negra. Salimos a tomar una nieve y en aquella veterinaria estaban dando animalitos en adopción. Regresamos a casa con aquella cosita flaca de ojitos tristes que había sido arrojada a la calle por sus anteriores amos. Molly nos ha hecho muy felices desde entonces, es la perrita ideal: tranquila, listísima, cariñosa, juguetona, mamoncilla y casi muda. Nuestra chiquita.
En los siguientes tres meses seguimos con el esquema de los eventos todas las semanas, todos los viernes. El objetivo: que más gente conociera la obra y me conociera a mí, que cenaran y bebieran rico y claro, que compraran ya fuera un grabado o una reproducción firmada en papel fotográfico. Logramos ventas pero con pocas excepciones fueron significativas monetariamente. En los eventos cobrábamos una cuota de recuperación para solventar lo que se había invertido en la cena, sin ninguna ganancia. Con el tiempo nos dimos cuenta de que la gente no ponía mucha atención en la obra sino en la peda, que no subían a los cuartos de arriba a ver los cuadros y que el verdadero negocio estaba en la venta de originales y grabados.
Entonces ajustamos la estrategia, ya no cobramos por los eventos, ya no vendemos reproducciones. De ese modo se le da mayor dignidad y nivel al evento.
Pero antes de que aplicáramos esto, hubo dos eventos memorables en la casa/galería, déjenme explicarles: también pensamos en prestar la casa para eventos ajenos para que más personas conocieran mi trabajo. Esta estratagema fracasó en lo que a ventas se refiere pero, como les comento, nos dejó un par de experiencias muy especiales. A finales de Junio un buen amigo cumplió años y pues se festejó con una magna fiesta donde hubo Body Sushi, además de excelente música y comida. Por esas fechas acabábamos de ver Gatsby y les juro que la exclusividad de este evento junto con la producción nos hizo sentir que éramos los anfitriones de una de las legendarias fiestas de aquella mansión en la ficticia West Egg. Un cónclave de este tipo no se logra sin tener una gran química y complicidad entre organizadores, cosa que vaya que hubo y sigue habiendo. Un cuadro salió de lo que vi esa noche, y les puedo confiar que está en manos de sus legítimos dueños.
El otro evento fue en septiembre, en el cumpleaños número 33 de nuestra querida amiga Lizeth, esta fue una noche bohemia de ésas de las que tanto cacarean los artistas viejos mientras suspiran sobre sus juventudes pasadas, hubo palomazo, un collage homenaje a los que hicimos posible el festejo, exquisitas tostadas, martinis y peda sincera para el bien del corazón y el espíritu de todos.
A finales de agosto volví a Los Ángeles a entregar obra. En esa breve visita confirmé mis sospechas: mi mecenas no estaba cumpliendo con su parte del trato, no sólo no estaba promocionando mi trabajo sino que me echó en cara que no se vendiera, me dijo que esta a saliéndole muy caro y que ese dinero, guardado en el banco, le daría mejores regalías. Inmediatamente le propuse cancelar nuestro acuerdo pero él me dijo que deseaba continuar. También, como expliqué más arriba, ni siquiera había abierto el paquete que le había enviado meses atrás. No entendía entonces cómo me echaba en cara a mí no haber hecho lo que a él le tocaba. Me sentí fatal. Estaba entregando mi obra a un tipo que sólo la estaba guardando en una bodega/cochera/oficina sin que el mundo llegara jamás a conocerla.
La historia con mi mecenas de Los Ángeles comenzó cuando él conoció mi obra y enloqueció con ella. Luego me conoció a mí y nos hicimos buenos amigos, de esos que se llaman con frecuencia y comparten pensamientos, gustos, esperanzas, terrores. En agosto su actitud me sorprendió, me dolió, pero sobre todo me encabronó. Sobre todo porque yo había procurado cuidar la amistad y mi relación con él estaba impecable.
Volví a Guadalajara y en Octubre arrancamos el proyecto de Coleccionistas, por primera vez en años yo volvía a reclamar la soberanía sobre mi obra y a quién se la vendía. Después de tres meses puedo decir que va despacito, a fuego lento pero seguro. He sentido el respaldo de coleccionistas a quienes no había podido ofrecerles mi obra en mucho tiempo. Todo esto porque dibujar es lo que mejor sé hacer en esta vida y mi verdadera pasión. Desde el kinder nunca he dejado de tener el callo del dibujante en mi dedo anular derecho.
Arranqué el proyecto cuando mi mecenas angelino dejó de pagarme lo acordado, lo arranqué porque ya era hora de ser un poco más astuta y más inteligente. Lo arranqué porque me di cuenta de que ese mecenazgo me llevaría a estancarme. Lo arranqué porque era el momento preciso.
Tener un mecenas es maravilloso en muchos sentidos: te despreocupas del dinero y puedes concentrarte en producir, la paz que esto te procura te abona la creatividad, propicia el vagabundeo crucial que precede a toda obra, otorga libertad en la designación de tus horas de trabajo e invariablemente llegas a conocer profundamente a quien te patrocina, forjándose una relación. Yo he tenido dos mecenas a lo largo de cinco años. Puedo decirles que cometí errores cruciales como no negociar claramente los términos de la asociación, me costó mucho trabajo poner límites, los mecenas tienden a ser personas muy controladoras y en algún momento querrán controlar tu trabajo, aunque sea sólo con suaves sugerencias cuyo verdadero significado resuene entre líneas. Yo desarrollé una desmesurada gratitud hacia ellos, ello puede provocar que les salga su veta magnánima o su veta tiránica, las dos cosas me sucedieron. Cuando todo esto comenzó a ocurrirme yo tenía nula idea, y sigo teniendo poca, de cómo separar los negocios de las emociones. Pero ellos sí que saben cómo, y al notar que tú no, lo usarán para sacarte ventaja. No es personal, es la naturaleza de los hombres de negocios.
Estar a la sombra de dos de estos personajes fue una experiencia grande y muy fuerte. Me di cuenta de que creo que merezco poco, de que aún tengo que trabajar mucho con mi autoestima como artista y persona. También me percaté de lo ética, leal y trabajadora que soy y que estoy llena de recursos y de imaginación. Desde pequeña me ha salvado mi mundo interior, tan terrorífico y maravilloso.
En agosto conocí también a otro personaje extraordinario en Marisa Caicholo, directora de la Galería ADC Building Bridges en Bergamot Art Station en Santa Mónica. He comenzado una relación con ella y su bello espacio donde sigo escribiendo mi historia en Los Ángeles.
En diciembre mi mecenas de LA dio por terminada nuestra asociación por medio de un correo de su secretaria. Así nomás. Y a mí no me dio tiempo de gimotear porque había mucho que hacer, mucho que negociar, mucho que dibujar y mucho que proyectar.
Mi 2013, nuestro 2013. El que hemos caminado Jos y yo. Porque sin él a mi lado, nada de esto sería posible. Él potencializa mi fuerza con su fe, mi imaginación con su trabajo, mi vida con su presencia. Gracias a él que ha soportado estar con una artista y amarla a pesar de este temperamento a veces gélido y a veces borrascoso.
Ya vente 2014, hay mucha tinta para llenarte los días.