9 am. Parque del Refugio. Babel y yo esperamos la aparición de mi amiga Gloria. Anoche llovió a cántaros. Para mi regocijo, hay muchos charcos. Circulo sobre ellos a gran velocidad. Me encanta ver como salpica el agua alrededor de las ruedas, mirar las gotas subir por sus estrías de caucho (Babel es mi bici). Los personajes del carrusel del parque lucen como si hubieran dado una gran carrera: las gotitas de roció de la mañana húmeda los hacen verse sudados. Algunos tienen gestos francamente siniestros.
A las 9:10 me empiezo a desesperar -soy una ñoña de a puntualidad- hago una llamada a Gloria desde un teléfono público de monedas. Cinco pesos por la llamada a celular. Gloria dice que ya viene en camino. Cuelgo y me pongo a dar más vueltas sobre Babel, describo ochos y líneas onduladas, le doy la vuelta las jardineras, esquivo a los peatones, un señor pasa pedaleando y jalando un carrito de basura. «Le juego unas carreritas, señorita» me dice.
A las 9:20 llega Gloria, no viene sola. También nos acompañará Liz, su roomie. Ellas vienen a pata. Me bajo de Babel y nos dirigimos hacia arriba por Federalismo hacia nuestro fabuloso destino: el Tianguis de Mezquitán.
Finalmente lo diviso, pasando las florerías que quedan justo enfrente del panteón, empiezan a perfilarse puestos y más puestos de ropa de segunda mano. Mis ojos peinan las prendas desde lejos. Creo ver algunas cosas muy bonitas. No puedo esperar a encadenar a Babel y lanzarme a buscar, a hacer de un tesoro la basura de otra mujer. Liz nos sugiere un puesto al que ella siempre va, la seguimos después de que yo resulto incapaz de dejar a mi bici sola.
La montaña de ropa de a 5 pesos luce impenetrable. A primera vista no parece que haya nada que valga la pena, son demasiados los calzones usados como para acabarme de convencer de escudriñar esas telas con historias que adivino tenebrosas. Los colores lucen desvaídos y la ropa se ve chiclosa de tan arrugada. Me desanimo un poco mientras Liz y Gloria ya están descartando como verdaderas profesionales. Yo intento hacer lo propio sin despegar un ojo de Babel. Me sorprende encontrar marcas como Victoria Secret o Tommy Hillfiger. Hay algunas piezas que aún exhiben la etiqueta con el precio. En dólares. Poco a poco el tianguis se va llenando y el forcejeo, las miradas de pistola, los humores y los pisotones no se hacen esperar. Cambiamos de puesto después de que yo lanzo varias miradas lastimeras a los demás tendidos, además de hacerles notar a mis compañeras a-la-caza-de-un-estilo-bonito-y-baratísimo que no han hallado nada.
En la segunda pila hay mejor suerte: la pieza sale a 15 pesos, eso, según Liz, «garantiza» la mejor calidad de todo. Tiene razón. Yo encuentro unas medias verdes – ¡y nuevas!- casi enseguida, otros dos pares listados en pocos minutos. Una corbata roja. Estoy emocionada. Mis compañeras también han encontrado tesoros. Las oigo hablar de cómo modificarán sus piezas. A mí no me interesa cambiarles nada. Sólo espero llegar a mi casa para ponerlas 48 horas en remojo y quitarles la tierra y los ácaros venidos de la epidermis de quién sabe quién.
Casi hemos terminado. Gloria se muere de hambre. Hay un puesto de tacos de barbacoa en medio de tanto fashionista. Ellas van mientras yo le echo ojo a otros puestos: los hay de 30, 40 y hasta 60 pesos la prenda. Incluso hay ropa nueva que se ve completamente fuera de lugar con sus 190 pesos en la etiqueta. Volvemos al primer puesto. Sorprendentemente, la pila luce picoteada, escogida. Liz encuentra un short ochenterísimo. Se lo coloca sobre las caderas y se lamenta que no sea una falda.
El Tiangus de Mezquitán. Un lugar para la paciencia, el ahorro, la búsqueda y los trapos lindos. Arrímense todos los martes de 9am a 3pm. Por Federalismo justo frente a la puerta del Panteón del mismo nombre. La estación de Tren Ligero adivínela usted.
Gloria, yo y Liz volvemos, caminando por Federalismo. Esta última no para de rascarse los brazos. Dice que siempre le sucede cuando viene a Mezqui. Siente que se le han subido mil bichos. La tranquilizo diciéndole que las pulgas se ven a simple vista.
Nuestras bolsas no dicen Zara ni Bershka. Son negras como de basura. Contienen tesoros reciclados.