Mi casa nueva está en Bélgica. En la calle Bélgica pues. Mi amiga Tania la bautizó como: «La Mansión Belga». Un nombre muy apropiado. Se supone que es un depa, pero más bien es una casita. En esta semana he trasladado todo mi estudio, he cuasi montado mi recámara. Pude comprarme un colchón nuevo, matrimonial, riquísimo. En él dormiré sola (por poco tiempo, eso espero) en él espero poder conjurar el insomnio que no me deja desde la infancia. Compré un mosquitero de tul, y mi cama, con su edredón rojo sangre, se verá debajo de él como el lecho romántico de alguna princesa. Hay un silloncito tapizado de flores naranjas y un tapete redondo bordado de rosas. El perchero es, definitivamente, vintage (viejo pues), uno de sus brazos está roto y otro baila sobre el clavo que lo sostiene. Aún me falta colgarle todas mis bufandas y mascadas para que parezca el camerino de alguna go-go dancer. El espejo redondo que adorna una de las paredes tiene un grueso marco dorado que va a juego con el pequeño candil de cinco brazos que todavía aguarda su turno de ser colgado del techo. Mi roomie no ha llevado nada a la Mansión Belga, lo único que le falta para ser habitada es la indispensable parrrilla eléctrica que ella quedó de poner. El refri ya alberga dos sixs de cerveza, es todo lo que tiene dentro.
Me gusta ir a la Mansión, he estado yendo diario a trabajar. Es mi espacio, y apenas voy conociendo sus sonidos particulares, (ayer me sacó de onda oír como suena la lluvia desde ahí), ayer recibí mis primeras visitas y también llevé un tapete persa para la sala. La primera fiesta es el domingo, no tengo uñas, me las he mordido tremendamente. Creo que estoy un poco nerviosa.
Hoy fuí a contratar la línea telefónica y el internet (¿yo sin tuiter? no lo creo)
Y la casa ahí la lleva, ahora mismo sigo dividida entre la nueva y la vieja.
Mich, lleva la parrilla por favor.
Auuuu.
Bais,
Cuídense.
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