Al caricaurista e historietista Rafael Barajas «El Fisgón», -a diferencia de Emilio González, gobernador del estado- no le asustó recibir la elegante efigie huesuda de la tía de las muchachas. Hoy, al filo de la 1 pm, al artista gráfico se le hizo entrega, dentro del marco del IX Encuentro Nacional de Caricaturistas en la FIL, el premio «La Catrina». Este galardón se le otorga a los mejores artistas del género que por su trayectoria, compromiso e inteligencia van dejando una huella indeleble con sus lápices y canuteros.
Barajas no sólo es un caricaturista político, a lo largo de su carrera también ha ilustrado libros para niños (imaginó y vistió de líneas y formas el genial cuento de Francisco Hinojosa: «La Peor Señora del Mundo»), ha sido curador de exposiciones, ensayista, y también crea obra plástica. Ha denunciado violaciones a los derechos humanos con su serie «Mike Goodness», sus cartones han criticado con agudeza las hipocresías, defectos y maldades del sistema económico y político de México y del mundo neoliberal en publicaciones como los diarios Unomásuno y La Jornada. También Ha sido fundador y director de las revistas de humor político El Chahuistle y El Chamuco.
En su discurso al recibir La Catrina, «El Fisgón», con su cabello cano y su perenne sonrisa, fué de lo humorístico a lo serio, mencionó que: «No está en la naturaleza de los caricaturistas recibir elogios. Pero reconocimientos como estos no cabe duda que lo reivindican a uno. A los que trabajamos en El Chamuco se nos acusa de no ser objetivos, de tomar partido. Pero la objetividad se comprueba con el tiempo. Nos acusan de militar por nuestras ideas. Peor es no tener ideas. Y aún peor: no tener el valor de defenderlas. El periodista Alejandro Gómez Arias solía decir que él tomaba partido incluso cuando dos perros se peleaban. Que generalmente le iba al perro flaco porque el gordo solía atacar primero. Y cuando un perro flaco iniciaba el ataque, era porque tenía muy buenas razones para hacerlo».
«En el México neoliberal es imposible no tomar partido, por los derechos de los niños y las niñas, de las mujeres, de los homosexuales, tomar partido por defender el presupuesto de las universidades públicas, porque defenderlo es proteger a la comunidad, a la inteligencia». Con estas palabras cerró su discurso, los asistentes estallaron en aplausos.
El salón comenzó a vaciarse. La mayoría de la gente corre hacia la sala de prensa o al baño. O al revés. Me quedé junto a los fans que se apiñaban alrededor de la alta mesa del presidium, aguardando su turno para que «El Fisgón» les autografiara libros. Nunca había tenido tan cerca a uno de mis caricaturistas favoritos. No podía dejar de mirarle las manos mientras le tiraba fotos. En eso se acercó un amigo al que tenía rato sin ver: el monero Erasmo.
Erasmo nota mi entusiasmo y se ofrece a presentarme al nuevo dueño de La Catrina. Me siento como groupie adolescente mientras subo a saltitos las escaleras de la tarima. Mientras espero mi turno puedo ver de cerca la estatuilla de la calaca. Al lado están -¡oh por Dios!- unas hojas blancas con el discurso que acabo de escuchar, una caja alargada de Faber Castell -¡sus lápices!- y un bloc de papel fabriano. Me atrevo a abrirlo y observo fascinada unos dibujos hechos directamente de su puño. Erasmo me agarra la mano y me presenta por fin al hombre que le dió rostro a «La Peor Señora del Mundo».
«Admiro muchísimo su trabajo»-le digo.
«El Fisgón» me abraza y apenas lo puedo creer. Es un tipazo.
Me acordaré de este día por muchos, muchísimos años más.