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EnFILmería

Estábamos en la sala de prensa chorcheando cuando a Tania le empezó a sangrar la nariz. Se tumbó boca arriba ahí al ladito de la mesita de los refrescos y el enorme dispensador de gel antibacterial. No sabía que mi amiga padecía de fragilidad capilar. El amabilísimo Auxiliar de Contenidos de la FIL, el Sr. Mariño González, nos envió directamente a un rinconcito de la Feria que yo nunca había visto: la enfermería.

A la enfermería en la FIL

Acostaron a Tania en una especie de diván, le colocaron hielo en la frente, tuvo que quedarse así 10 minutos. Había varias camillas naranja apiladas a pocos centímetros. Me pregunté a cuántos escritores habrían llevado a cuestas. Quizás estaba mirando la que transportó al fallecido Carlos Monsiváis aquella vez que se desmayó.

¿A quienes habrán transportado estas camillas?

Salí del cubículo y me quedé esperando sentada en un sillón. Las paredes eran blancas con un soclo negro. El techo bajo. Una báscula al lado de la puerta de entrada que no tardaría en abrirse. Entró una señora joven con un niñito que recién había vomitado, su piel morena lucía un leve tono verdoso. Una de las doctoras era una chica joven y amabilísima de cabello largo. No quedó más remedio que inyectar al pequeño. El chico se portó como todo un valiente, no lo oí quejarse.

Aquí casi todo el personal de la enfermería: están las dos doctoras y el chiquito al que inyectaron

Luego el consultorio se quedó solito unos minutos. Les hago algunas preguntas a dos de las personas que ahí atienden las emergencias. Aunque yo alcancé a contar a cuatro personas en la enfermería, parece que sólo dos son médicos. Los demás pertencen a la brigada de primeros auxilios de la Expo. Pueden tomar la presión, inyectar, y administrar suero.

«¿Saben algo del virus que supuestamente hay en la sala de prensa?»-me interesaba preguntar eso ya que precisamente me empezaba a sentir mal. Además, desde el martes circulaba ese chisme desde que un conocido locutor se había enfermado.

«Se corrió el rumor de que era influenza, ¡pero claro que no!, ¡Imagínate, si ese hubiera sido el caso, la FIL se hubiera parado!» -la otra doctora, una chica blanca de rostro redondo y franco, se desternilla de risa y añade: «Lo que sí ha habido, son casos de faringoamigdalitis». Suena bastante mal, estoy a punto de preguntar qué es eso pero se abre la puerta. Entra un chico bastante joven y cabellos hasta el hombro. La misma doctora que se atacara de risa un momento antes lo atiende. Resulta que viene a que le retiren unas puntadas. Me acerco y en efecto, adornan las yemas de sus dedos anular y corazón unas alegres puntadas de hilo azul cielo. Se cortó con un cutter. La doctora asevera que su paciente, proveniente del stand de CONACULTA, se parece muchísimo al personaje Dedo Polvoriento, de la trilogía Corazón de Tinta, de la autora alemana Cornelia Funke.

«Dedo Polvoriento, o Dedo de Pólvora, era una especie de juglar. Un tipo egoísta que no tomaba en cuenta a nadie mas que a él. Controlaba el fuego. También era un chismoso y un soplón» -dice mientras intenta retirarle las puntadas al chico.

En eso llega un señor de la administración. Dice que no puedo estar entrevistando a la gente de la enfermería. Le prometo que me quedaré sentada sin abrir la boca y felizmente me deja en paz. La doctora de las puntadas pide un sacacejas, nadie trae. Se lamenta que no haya mujeres glamorosas entre los profesionales de la salud.

La hemorragia de Tania se ha detenido. Nos vamos. Sigue llegando gente, una señora de la cocina con su cofia transparente tiene la presión alta. Un cocinero enfundado en su filipina presenta síntomas de alguna alergia.

Yo tengo el cuerpo cortado. Pero es genial saber que no hay ningún virus zombie en la sala de prensa.