Estuvimos este viernes, sábado y domingo pasados en El Refugio en Tlaquepaque por la Feria del Cómic, Narrativa y Multimedia Comagon. Montamos una pequeña sucursal de la Diana Martin Gallery en uno de los cuartos de este bello recinto para probar suerte por primera vez en un evento de cómics. Eventos a los que fui asidua durante mis años de preparatoriana y más allá, en las épocas del apestosillo Salón Nápoles para el Mangatrón y el sótano del Hotel Carlton para la Comictlán, eventos donde me gastaba mi salario de mesera para hacerme con las obras del cuarteto CLAMP. Luego me tomé en serio la dibujadera y ahora, después de tantos años regreso a estos eventos como expositora, he aquí el balance:
No hubiera participado en la Comagon de no haber sido por un correo que me enviaron los organizadores. Amablemente vinieron a mi casa por la lana de la renta del espacio y nos explicaron que estaban invirtiendo en publicidad y que llevan nueve años organizándolo. También nos comentaron que en los muros de El Refugio está prohibido clavar, así que tendríamos que ingeniárnoslas de otra manera para mostrar la obra. Al final, a ese respecto todo salió bien: apoyamos los cuadros en la pared sobre la mesa larga que nos proporcionaron, llevamos sillas extras a manera de atriles y además usamos los alféizares de las ventanas para mostrar el trabajo. Como el lugar es muy bonito, la obra lucía bastante. Hasta aquí todo bien.
Llegamos el viernes 30 por la mañana a un evento vacío. Las poquísimas personas que entraron a nuestro espacio eran de los mismos expositores. Observamos con desaliento como varios de los demás mejor decidían cerrar para no seguir perdiendo el tiempo. Creo que pocas veces en mi vida me he sentido tan inútil como ese viernes en el que además después de comer me atacó despiadadamente el mal del puerco y, sentada en el piso, apoyé la cabeza en la rodilla de Jos y me eché una getita que era tanto de cansancio como de supremo hartazgo. Para acabarla de amolar, decidimos dejar el coche en un estacionamiento llamado «El Grillo» que nos cobró 150 pesos por todo el día. Una completa rateriza. Los otros dos días dejamos el auto en la calle. Aquí hay un punto en el que los organizadores podrían trabajar: llegar a un acuerdo con algún estacionamiento para negociar una tarifa preferente para los expositores del evento.
El sábado y domingo hubo mucho mejor afluencia, muchos y muchas cosplayers se pasearon por los pasillos y yo me reencontré con personas que hace añales que no veía. Aquí descubrí que no soy buena prediciendo el futuro de las personas y que los caminos de los demás han tenido más tumbos y tropiezos que el mío. Y cómo otras personas han permanecido donde mismo, sin cambiar la gran cosa. Todo esto me hizo reflexionar acerca de mi propio rumbo, las decisiones que he tomado a pesar de tener miedo e inseguridades y que ahora menos que nunca me puedo permitir flaquear (bueno, un poquito a veces, pero en privado).
Otro detalle que hubiera levantado más el evento es que de haber habido una red wi-fi abierta los asistentes hubieran podido subir fotos, tuitear, hacer check-in en foursquare, y etc. En fin, sacar provecho de las redes sociales para publicitar el evento. Algo más: al segundo día ya no hubo papel higiénico en los baños y yo, habiendo prevenido este escenario desde el viernes, tuve a bien llevarme un rollo que nos salvó de la pena de tener que aguantarnos o de salir a comprar o pedir, (supe de una de mis compañeras dibujantes que tuvo que aguantarse de ir al baño hasta el final del día. Me lo contó el domingo y claro, ofrecí compartirle de mi rollo).
Conocí a un editor de DC Comics, a un reportero freelance de la revista de Aeroméxico, a un chavo que tiene una startup de difusión de las artes digitales, y además muchos jóvenes que aprecian el arte y que amaron mi trabajo. Me gusta pensar en Comagon como un semillero de futuros compradores, la mayoría de los chavos y chavas son preparatorianos y difícilmente tienen los recursos para pagarse una reproducción, mucho menos un grabado o un original; y es que si hablo del aspecto meramente financiero de nuestra experiencia en esta feria, el balance es ciertamente negativo pues no recuperamos ni siquiera el costo del stand.
Otra cosa que hicimos fue poner una libreta donde quienes se quedaban con la inquietud de seguir teniendo noticias del proyecto podían dejarnos sus nombres y correos electrónicos, así se enterarán de nuestros eventos mensuales por medio del newsletter que redactará el director de la galería. Tomamos esta decisión porque las tarjetas, por más hermosas que sean, son en la mayoría de las ocasiones como mensajes en una botella que jamás regresa.
Claro, no falto la persona morta y cuentachiles (un señor con quien sostuve un corto debate acerca de si es mejor el cristal natural o el antireflejante) que a pesar de los descuentos quería que se le regalaran las cosas, y que además tiene el cinismo de quererte vender la idea de que te hace un favor dándote tres pesos por ella. Con todo respeto, a la chingada con esos clientes.
Mis clientes/coleccionistas son aquellos con la sensibilidad que percibí en estos jóvenes combinado con el poder adquisitivo de un adulto que no la ha perdido en el camino, espero que muchos de los jóvenes que asistieron a Comagon la conserven pasados sus treintas y pueda entablar un rico diálogo con ellos por muchos años.