Son las tres y apenas me voy a sentar frente al caballete. Hoy creí que mi mañana sería corta y eficiente. Pero no. Fuí al súper, luego al mercado, después al banco -donde por quedarme a haer un trámite que me ahorraría las anualidades de las tarjetas (sí, leyeron bien, tarjetas en plural) me entetuvieron muchísismo tiempo-, luego al centro a comprar laca para proteger dibujo y al último al fiel Oxxo por lechita. Me llevé una bolsita negra con ruedas que me regaló mi mamá, ella no tuvo empacho en decirme que le había costado 14 pesos en un tianguis. La bolsilla jaló bien, hasta que creo que la cargué con demasiado peso y las pobres rueditas se iban pandeando. También me quemé la palma de la mano por la fricción del asa de poliéster. Bien fresa yo.
Se me olvidó robar algo de tierrita para un vasito donde pondré los hijitos de mi suculenta. Al ratón creo que saldré a efectuar el terrenal hurto.
Ayer tuve un momento «ratatouille» mi mamá preparó un pollo como hace décadas no lo hacía. Lo probé y recordé mis ocho años a la mesa. La comida me catapultó al pasado. Cuando era igual de preocupona que ahorita. Y hablando de gente aprensiva, hoy al espejo me arranqué un montonal de canas: gruesas, rígidas como pelos de elote. ¿Será el inicio del viejazo?
Hoy también compré medio kilo de huevos -blanquillos- se me rompieron dos en la bolsa. Lo bueno es que pude rescatar las yemas para pintar. Han de saber que ahora estoy trabajando al temple.
Y la carnita la puse por raciones en bolsas ziploc. A casi un año de volar sola por fin aprendí cómo no congelar a lo menso.
¡Me está dando sueño que horror!
Ya me voy a trabajar, cuídense.
D.