Creí que no sabía cocinar. Mis habilidades en en el encantador cuartito de mi casa donde habita la estufa no pasaban de calentar agua para las sopitas -exquisitas- de sobre y alguna carne marinada en harto jugo de limón. Pero hoy vinieron en mi auxilio las habilidades que aprendí cuando fuí mesera en la Hostería del Ángel. ¡Preparé rotolatas! cada una me quedaba mejor que la anterior. Y el sabor, oh sí el sabor, mucho mejor de lo que recordaba.
Considerablemente más complicadas que las sopas de sobre.
Casi me puedo casar.
Cuídense,
D.