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Nunca lo abandonó el duende de la inspiración

En la pasada edición de la FIL compré un libro hermoso con las narraciones de uno de mis hombres perturbados favoritos de todos los tiempos: Los cuentos de imaginación y misterio de Edgar Allan Poe. La edición es bellísima, la editorial es la española Zorro Rojo: tapa dura, papel de ese que huele a fibra virgen, introducción de Julio Cortázar….una chulada, y las ilustraciones: una exquisitez del uso del canutero por parte de un tal Harry Clarke. Gracias a este súbito enamoramiento del trabajo de este irlandés es que me volví a volcar en la tinta: por eso, Señor Clarke, este callejón de porquería le dedica este post. Con suspiritos y todo.

La verdad sobre el caso del señor Valdemar, tinta de Harry Clarke

Clarke nació en Dublín en 1892, fué el hijo más pequeño de una familia de artesanos. En su adolescencia estudió el arte de los vitrales y de hecho, es considerado el más grande vitralista de Irlanda al margen de su carrera como ilustrador.

Su rico empleo del color, la delicada manera de representar la figura humana: alargada y elegante, los expresivos rostros de ojos profundos, son características que distinguen un vitral de este autor. A lo largo de su corta vida (murió a los 41 años) Clarke creó más de 160 vitrales para encargos religiosos y comerciales en países como su natal Irlanda, Inglaterra, Estados Unidos y Australia. Nunca he visto uno en vivo, pero verdaderamente no se parecen a nada que yo haya encontrado en mis correrías por el mundo. Y he andando por ahí.

Vitral realizado por Clarke, se encuentra en la localidad inglesa de Sturmister Newton
La ventana de Ginebra, ejecutada en 1929

Aunque el verdadero amor de la vida de Clarke haya sido el trabajo en vidrio, -dibujaba mejor en él que muchos artistas en papel, dándonos una idea de su enorme capacidad- sus obras como ilustrador también son capaces de dejarnos clavados sin dejar de mirar los intrincados detalles de su trabajo en blanco y negro. Clarke debió ser un obsesivo en su vida cotidiana, un neurótico de sensibilidad exquisita y disciplina de hierro. Las ilustraciones que hizo de las obras de Hans Christian Andersen, Charles Perrault, Poe y el «Fausto» de Goethe son verdaderos laberintos de detalles barrocos, una fiesta para el sentido de la vista de cualquier amante de las sutilezas. Y aunque se le compara con otros ilustradores de la llamada «Era de Oro de la Ilustración» como Audrey Bearsley, Edmund Dulac o el mismísimo Arthur Rackham,  el trabajo de Clarke logra ser perfectamente distinguible del resto de los trazos de sus contemporáneos gracias a la vibración siempre intensa de su dibujo, como un concentrado de todos los pensamientos y emociones que se agolpaban en su espíritu, haciendo fila para salir, por fin, a través de su virtuosa mano. Personalmente, encuentro el trabajo de Clarke mucho más elaborado, más interesante, y claro, mucho más perturbador que el de sus colegas.

Una imagen de Clarke para el "Fausto" de Goethe, la imaginería del irlandés prefiguró la sicodelia que imperaría en los años 60´s
El pozo y el péndulo de Poe, por Harry Clarke
Estremecedor "El Corazón Delator" de Poe interpretado por Clarke

Un genio inusual, Harry Clarke.