Amanecí muy limpita. Tantísimo limpiecita el ataque de limpiaduría que me pegó, que en este momento estoy posteando porque no tengo de otra. Así mero. Trapié mi depa y pos no puedo salir de él so pena de arruinar el trabajo hecho -el piso está mojado-. Así que ya escuché el programa especial de la BBC de la XEW (acerca de las dictaduras en el mundo, el desmadre en Túnez, Egipto y ese purgatorio-infierno en la Tierra, el trágico Haití).
Anoche, -again-confirmé lo asquerosamente fresa que soy, lo irremediablemente sibarita de mi naturaleza, lo absolutamente antiasceta (¿así se dice?) de mi alma. Carajo. Pues que me fuí a ver una peli a los cines VIP de celebérrima cadena de salas de la ciudad. Fué mi primera vez en este tipo de salas y amé la experiencia. La cosa es que los boletitos son caros (pagué 110 pesos por la función de las 7:45 pm). Resulta que llegas al cine y no adquieres tus entradas en la taquilla a la que normalmente uno (la perrada) se forma, no, no, no, los VIP tienen su propia recepción, una salota de espera con sillonsotes de piel, baño privado (no atestadísimo como en las salas normales, donde de tanta gente y esperar a poder desahogarte llegas a creer que te reventará la vejiga). Cuando entras a la sala, descubres que los asientos son grandes sillones reclinables, con mesita, lamparita al lado, y un menú con todas las delicias que ofertan. En lo que
me arrellané, gozando cual gato en rayo de sol, maravillada, llegó un chico a tomar el pedido de bebidas, aquí empezó lo más bueno: ordené dos cervezas y unas palomitas, mi amiga un arroz frito y coca. Uno no levanta un dedo. Mas que para sacar el dinero de la bolsa claro.
Y la película que vimos me tuvo angustiadísima todo el tiempo; tanto, que no pude emborracharme ricamente como por lo general lo logro con dos cervezas (tengo una bajísima tolerancia al alcohol), luego tuve unas ganas locas de orinar en medio de la cinta. Ni modo. Decidí correr como loca al baño privado y me regresé de ipsofacto sin haberme lavado las manos. Una completa marranada. Pero me comprenderán (e incluso proferirán un enternecido «¡Pues cómo no!») cuando vean la película que gocé y sufrí como nunca: El Cisne Negro de Darren Arronofsky.
Ah, la película. Una pobre chica, goteando de imperfecciones por donde la veas (como todos nosotros) intentando angustiosa, desesperada e inútilmente alcanzar la perfección. Me dió mucho miedo descubrirme identificándome con muchas facetas de la autodestructividad y exigencia de Nina, la protagonista. ¿Cuántas veces no me he mordido las uñas hasta hacerlas sangrar? Un chingamadral de veces. Y todo por neurótica autocorrosiva.
Y esta neurótica ya se va a trabajar ora sí. A ver si ya se secó el piso.
Vean el Cisne Negro, y beban el vino tinto del mismo nombre, es exquisito, como la película.
D.