«El ratón Mickey es el ideal más miserable que jamás haya habido…Las emociones sanas le indican a cualquier joven independiente y muchacha honorable que esa sabandija inmunda, el mayor portador de bacterias en el reino animal, no puede ser un tipo ideal de personaje…¡Fuera la brutalización judía del pueblo! ¡Abajo el ratón Mickey! ¡Usemos la cruz esvástica!»
Artículo periodístico, Alemania, alrededor de 1935
Art Spiegelman tenía alrededor de diez años en 1958. Era una tarde de verano cuando salió a patinar con sus amigos Howie y Steve. Uno de sus patines se desató y cayó al pavimento. Sus amigos, incapaces de esperarlo, se adelantaron burlándose de él. Art, lloroso, volvió a casa y encontró a su padre trabajando en el porche. El padre le preguntó porqué estaba triste. El niño respondió que se había caído y que sus amigos se habían ido sin él. Entonces, Vladek Spiegelman dejó de serruchar y le habló desde su pasado: «¿Amigos? ¿tus amigos..? si los encierras juntos en un cuarto, sin comida, una semana entera…¡entonces verás lo que son los amigos!»
En 1978, Art Spiegelman volvió a ver a su padre después de una ausencia de dos años. Y, libreta en mano al principio, con grabadora después, logró que su padre, judío polaco sobreviviente del Holocausto, le contase toda su historia. El resultado de la profunda investigación de Art dió como resultado esa obra del cómic ganadora del premio Pulitzer en 1992: Maus.
Spiegelman nos lleva, viñeta a viñeta, en un viaje por la historia, las vidas cotidianas, los sentimientos, las pasiones, las dedichas y las luchas de su padre, su madre, Anja Zylberberg -quien se suicidó en 1968- y sus respectivas familias.
El dibujante nos muestra a su padre con una honestidad tan arriesgada como valiente: Vladek Spiegelman es al mismo tiempo un hombre brillante, encantador y lleno de recursos en la Polonia ocupada por los nazis como un tacaño intransigente, manipulador e insensible que pasa el tiempo quejándose, -entre muchas otras cosas- de que su segunda esposa sólo está con él por su dinero.
Art tampoco vacila en mostrarnos su inmensa culpa y el conflicto emocional que le trajo dibujar Maus. Llega a aparecer en varias viñetas hablando de esto con su terapeuta, otro judío polaco sobreviviente del Holocausto.
Y la genialidad de Maus no termina en la honestidad de la historia y la vulnerabilidad que el artista nos deja de manifiesto, no termina en la fluidez con que la historia se lee panel tras panel al punto de que se convierte en una obra que simplemente no puedes soltar hasta acabarla. La palabra alemana «Maus» que quiere decir «ratón», es una clave de ese otro mensaje que el historietista maneja: a lo largo de los dos tomos, Spiegelman representa a los judíos como ratones, a los alemanes como gatos, a los polacos como cerdos, a los franceses como ranas, y así, varias nacionalidades son dibujadas con las fisionomías de distintos animales.
Muchos se han preguntado porqué el dibujante eligió cada animal, creo que cada lector tiene su teoría. Los ratones son seres sobrevivientes por naturaleza, elusivos, escurridizos y resistentes, tal vez son cualidades que el artista vió en su propio pueblo. Y los gatos, bueno, desde siempre han perseguido a los ratones, creo que es la razón más sencilla por la que eligió dibujar a los alemanes como felinos. Yo le agradezco a Art que haya usado animales antropomorfos. Pude saber a qué nacionalidad pertenecía cada personaje. Si los hubiera dibujado de manera realista, simplemente no los hubiera podido distinguir. Desde mi perspectiva latinoamericana, observo muy pocas diferencias -en la apariencia física- entre los europeos occidentales.
Y estos animales, con las austeras líneas que los describen, con la sencillez del trazo que los concibió, con sólo las cejas y los puntos negros de los ojos para transmitir sentimientos, logran estremecer al lector. Cuando el ratón llora, queremos llorar con él, cuando ríe, sonreímos, cuando lo separan de su familia, se nos hace un nudo en la garganta.
Cuando Vladek encuentra a Anja, -el amor de su vida- al final de la guerra, y ambos se funden en un abrazo, el panel apenas puede contener tanta emoción. En ese momento creemos que los finales felices de verdad existen. Pero los fantasmas del racismo y del fascismo se manifiestan, incluso, en los mismos sobrevivientes de esta tragedia: en el segundo tomo de Maus, Vladek pone de relieve su intenso desagrado por los negros cuando su nuera Francoise le da aventón a un tipo que pide raid a la vera de la carretera, y cuando éste se baja, expresa su alivio al comprobar que el negro no se robó las bolsas del mandado que traían en los asientos traseros del auto.
Aquí entra una pregunta que tal vez Art Spiegelman no pretendía que nos hiciéramos pero que sin embargo se transluce: ¿si en el corazón de un sobreviviente de la brutalidad de Auschwitz sigue latiendo el racismo, -del que ellos mismos fueron víctimas- entonces qué nos espera?, ¿qué podemos hacer para prevenir otro Holocausto?, ¿y si necesitamos otro aún más grande para entender..?
En 2007 visité Neuengamme, un campo de concentración que se localizaba al norte de Hamburgo. Nuestro guía alemán sostenía que el fascismo está aquí de nuevo, pero más sofisticado, y por lo mismo, más letal.
No nos quedemos callados, hablemos sin miedo, tal como lo hizo Art Spiegelman.