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3:06 am

Estoy forcejeando por acomodarme en la cama. Abro la ventana de mi cuarto para que las torres del Expiatorio sean visibles desde esta habitación una última vez. Esta es la última noche que las miro desde esta cama, desde esta casa, a esta hora. Vengo de hacerla de boletera en un evento de mi hermana. Conocí a dos chicas más jóvenes que yo que ya son madres. Me invitaron a seguirla al Bebotero. Me negué. Tengo tantas cosas que empezar a hacer en unas horas. Escribir medianamente bien es una de ellas. Me bañé por última vez en la llamada Mansión Belga. Escuché una canción que me trae recuerdos de cosas que nunca pasaron en la voz de mi hermana. Qué distinto era todo hace un año. Lolo maulla pidiendo quien sabe qué. Sigo corrigiendo mil faltas al escribir en este teclado. Macphisto, mi fiel compac, tiene un año conmigo, pensé que nunca me acostumbraría a una laptop. Pero lo logré.
Verdaderamente no puedo creer que ya pasó un año completo desde el 2009. Se siente como si hubieran transcurrido añales. Asi de distinta me siento. Es como si de pronto me hubiera convertido en una consumada vendedora de sanguijuelas. Sin que nada de lo viejo me detuviera.

Las voy a extrañar, torres del Expiatorio, extrañaré su luz azul de neón, sus campanadas cada 15 minutos, el letrero de Bélgica que también se veía desde mi cuarto, la señal roja de alto, la flecha que apuntaba hacia el mercado. Suenan las 3 am. Nadie está de más. Extrañaré las charlas hasta las 2 am con Mich, el rumor de la calle, la vía recreactiva los domingos, la cercanía con tantos amigos que viven por la zona, mis pininos con la bici, ser cuentacuentos, la comida del mercado, las visitas de los amigos, tantas llegadas al filo de la madrugada; intoxicada de alcohol y de mal de amores. Todo ello ha terminado. Mis mañanas interminables de falta de concentración, las larguísimas llamadas telefónicas, la lavadora rota y el gato panzón.

Este momento que intento describir desesperadamente se ha ido ya para siempre.

Cuidaos,

D.