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Centuriones en la FIL

Llegué a la FIL tres días tarde. Crucé la explanada apresudamente, más por mimetismo que por ir con el tiempo encima. Cuatro chicas me pidieron mi gafete de prensa a la entrada. Vestían camisas blancas y pantalones negros. Apoyados en sus antebrazos, portaban sendos bastones negro brillante, de esos que se ven amenazadores en los policías. En ellas lucían como accesorios. Las cuatro iban muy bien arregladas, peinadas y con chapetes, los ojos brillando entre las líneas dobles del delineador. Sonreían mucho, nerviosamente. Se intercambiaban miradas cómplices, como de amigas en tertulia de café. Las palabras bordadas en sus playeras, a la altura del corazòn, rezaban: «Centurión». El vocablo me remitía a algo imponente, marcial, protector. A la época romana con su milicia implacable. Pero el cuarteto de centuriones femeninos de la entrada de la máxima fiesta de los libros en español no inspiran miedo alguno. Más bien dan ganas de preguntarles qué demonios hacen ahí.

La alegre puerta de entrada a la FIL

Una de ellas me escolta hasta el mostrador de prensa. Se queda junto a mì en lo que me entregan mi gafete. Me dice que se les han colado muchas personas sin pagar en los últimos días y que las han regañado mucho. Dice que no puede darme una entrevista porque tienen prohibido hablar con los medios de comunicación. Yo no deseo enterarme de los truculentos secretos de la seguridad de la FIL,  sòlo quiero saber cómo una chica de aspecto tan dulce, y ademanes tan suaves fué a dar con un trabajo de este tipo. Ella se sigue negando.

Las chicas de la seguridad chorchean alegres, la plática se veía muy buena

Frente a nosotras pasa una mujer joven, presurosa y encorvada sobre sus stilletos negros. Digo en voz alta que no sé en que estaba pensando la entaconada por venir a a FIL con semejante calzado. Sus pasos resuenan alejàndose mientras bajo la mirada y observo los zapatos de la centuriona: lleva los pies enfundados en calcetas oscuras dentro de unas gastadìsimas y agrietadas sandalias de plástico arrugadas por el uso. «Es que pasamos todo el día paradas. Es muy pesado».

-«¿Les dan de comer?»-pregunto.

-«No, sólo nos permiten ir a desayunar. Salimos a las tres»

-«¿Les pagan la comida?»

-«No, la tenemos que pagar nosotras»

Me entregan por fin mi pase de prensa. Me despido de la sonriente centuriona. Ella vuelve a la puerta a saltitos, chancleando sobre el piso del vestíbulo. Ojalá no las vuelvan a regañar. Que el resto de la FIL les sea leve.