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Crónica sobre la inauguración de la exposición «Entrelíneas. Soñamos en blanco y negro»

El temblorcillo de emoción de inaugurar una exposición, los detalles macabros y el laboratorio de las rayas.

Faltaba apenas una semana para casarme cuando recibí el mensaje. Una propuesta para exponer en la Galería Javier Arévalo en Cultura Zapopan. La portadora de la noticia: Dolores Garnica. Una mujer a la que ubico (y me ubica, ella conoce a prácticamente todos los y las artistas de la ciudad) desde hace casi veinte años.

Conocí a Lolis cuando era periodista cultural de un diario local, luego seguí con interés sus artículos y críticas de arte siempre que me las encontraba en la revista del ITESO, Magis. También es gestora, curadora, hacedora. Es de esas personas que hace que las cosas sucedan, que las materializa, y vaya que ve cómo hacerlo, vaya que sabe por dónde darle la vuelta a las dificultades, sortear baches burocráticos, sabe cómo pedir las cosas para que te las acepten, enumero todo esto porque quedé muy feliz con la sinergia que hubo entre ella y yo en el proceso de montar esta muestra.

He sido autogestiva prácticamente toda mi carrera, estado cien por ciento involucrada en todos los detalles que implican que un evento de este tipo llegue al público, y cuando ella me dijo que se encargaría de todo, al principio no sabía cómo tomarlo. Confieso que me dio un poco de ansiedad no tener control de muchos aspectos pero al final fue delicioso sólo ser artista y ya.

Temblorcillo de emoción

Dolores fue a mi casa para la visita de estudio, a ver la obra disponible. Este año no iba a tener evento de ningún tipo debido a la pandemia, además, estoy a medio camino (eso creo yo, igual ando a menos) de una serie nueva y según yo no iba a enseñar nada hasta que estuviese terminada. Pero cuando empecé a sentir ese temblorcillo de emoción, tan familiar para mí, de una expo que se avecina, supe cuánto lo necesitaba. “No mames Diana, esto está increíble” – me dijo Lolis toda entusiasmada, o algo así. Igual suena bien dramático pero ya se me andaba olvidando lo que es que un par de ojos frescos mire tu trabajo.

Tenía ya unos meses mirando mis nuevos dibujos con el típico recelo autodestructivo del artista, frases recurrentes me corrían por la cabeza como ratas frenéticas: “ni está tan bueno” “está fellón” y muchísimas más. Las mordidas culeras de ese horrendo zombie interior creo que todas y todos las conocemos. Y por eso es que cuando Dolores estaba en modo curadora, fascinada, fue un bálsamo.

Saqué bocetos de muchos de los dibujos, ya sabía que la expo iba a tener lugar en el marco de la presentación de la nueva Casa del Autor Zapopan, santuario del dibujo y la narrativa con imágenes, así que pensé que unos bocetos podrían complementar de maravilla. Total que estábamos muy felices las dos, curadora y artista, en esa mañana de agosto riendo bajo el cubrebocas, compartiendo exquisita chisma de la vida, del mundillo artístico.

Hubo juntas por Zoom, claro, ahí conocí a Emmanuel Peña, el otro dibujante con el que comparto el espacio (son dos muestras individuales) debatimos sobre el nombre de la expo, se armó el timeline para todos los detalles con concisa eficiencia. Yo tenía mucha preocupación acerca de cómo iban a estar montados mis dibujos en las paredes.

Los detalles macabros

Lolis había mencionado unos acrílicos pero yo quería, como en todo en la vida, conocer los detalles macabros. Así que ella tuvo la delicadeza de meterme a una junta con el equipo de montaje donde despejaron todas mis dudas y mis miedos se evaporaron. Al principio no sabíamos si habría una inauguración como tal, la tercera ola de la pandemia rugía en la semana cuando se empezó a gestar la muestra, porque sí, todo esto se montó en tres semanas. El panorama lucía muy incierto a este respecto, pero al final hubo evento, y vaya evento.

Un día antes, Emmanuel y yo intervinimos el muro de la Galería que da a la calle con un doble mural efímero mientras a nuestro alrededor terminaban de pintar las paredes y montaban en los muros los dibujos de él. Otra cosa: para cada artista mandaron hacer sendos viniles de nuestros personajes y nuestras firmas. Cuando llegué ese lunes, mi expo ya estaba puesta. Miré mi obra en los muros recién pintados, bajo las luces dirigidas desde los rieles. Ví a la Serafina en vinil de tamaño natural adherida al muro con sus picozapatos. Fue bien conmovedor, seguro que no paraba de sonreír. Como dije más arriba: lo necesitaba tanto. Intervinimos el muro, comimos tacos, me chingué una nievecita de garrafa de vainilla. Emmanuel y yo nos conocimos más mientras dibujábamos. Ya estaba casi todo terminado.

Era pura hambre yo

El martes siete de septiembre (Lolis no pudo evitar canturrear la canción de Mecano cuando nos dijo la fecha tentativa de la inauguración) llevé a mis amigos de Costa Rica a ver los dibujos. Fueron los primeros en recorrer la expo. Fue una de esas chiripas divinas que se encontrasen en la ciudad al mismo tiempo que una muestra mía. Y nada, que también me di cuenta de lo mucho que me hacía falta conectar con el público. Total que era pura hambre yo. Traía una hambre profunda de esa faceta del trabajo artístico y no lo sabía. La noche de la apertura yo me esperaba algo súper discreto y con poquísima gente. Tampoco fue un fiestón rimbombante con cientos de personas pero sí había suficiente ambiente, personajes, bebidas y bocadillos como para que sintieras que sí, que esto es una inauguración de arte. La obra de Emmanuel y la mía estaban en el marco de la apertura/presentación de La Casa del Autor Zapopan, proyecto hermano de La Maison des Auteurs en Angulema Francia, lugar fabuloso a donde viajé en 2018 representando a México con mi libro de Serafina, en el marco de su mítico Festival del Cómic y la Novela Gráfica. Conocí la Casa del Autor de allá (el proyecto madre de este) con sus estudios cálidos, ventanas que dan a sus encantadoras calles o al río Charente, platiqué con varios artistas, con su directora, Pilar Muñoz. En la inauguración compartí con una chica delegada de Angulema, con la joven directora actual de la Alianza Francesa de Guadalajara, encontré muchos ecos de Francia esa noche, recordé lo bonito que es que todo mundo entienda qué cosa es un dibujante, eso fue muy hermoso y me detonó recuerdos.

El laboratorio de las rayas

Charlé tanto que la michelada helada que traía en la mano se calentó irremediablemente mientras caminaba explicándole mi trabajo a varias personas. Hubo varios discursos largos, uno, el de Trino, quien estaba ahí para apadrinar el lugar junto con sus secuaces de toda la vida: Falcón y Jis. También el alcalde se aventó otro en el que a ratos dialogaba con los moneros. Cuando se empezó a vaciar el lugar, entré a La Casa del Autor, toda pulida, toda hermosa, toda nueva. En un pilar de la recepción me animaron a dibujar algo. La joven directora de la casa, una mujer de personalidad ígnea y ojos chisporroteantes me convidó de la pizza que tenían escondida para los organizadores. Me sentí como perteneciente a un club secreto: el club de la línea, el laboratorio de las rayas.

Hace muchísimos años fui mesera en un restaurante a pocas cuadras de ahí, mis entonces patrones me animaron a dejar un dibujo en la pared, yo aún no empezaba a exponer y en otras partes del muro podías apreciar los rayones de Waldo Saavedra. Con el tiempo pintaron encima de aquel dibujo. Me pregunto cuánto durará mi picozapato dibujante en La Casa del Autor. Lo acompañé con la leyenda “Nunca dejen de dibujar”. A la gente como yo, dibujar siempre nos salva. Se siente bien estar de regreso.

Diana Martín.