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Homeless look

Hoy ha sido el día del antiglamour. Amanecí desvelada tras haber ido a una posada tan alegre como fría la noche. Desperté con la garganta adolrida, aterida por la temperatura bajísima -mi casa nueva es muuuuy helada-cerdísima tras dos días de no bañarme -otro efecto secundario del frío- y para conorar el cuadro: con cólico.

Fiel a mis costumbres quejumbrosas (quiensabe porqué, pero en esta temporada estoy muy sensible al frío, ando congelándome la mayor parte del día. Esto no tiene lógica, hace tres años andaba yo corriendo rampante por la helada Hamburgo con sólo una chamarrita pedorra) me salí de la cama y se me ocurrió que a esa hora de la mañana, bañarme ya sería algo fácil de lograr -mi boiler, por alguna razón, no calienta el agua como es debido, esto, aunado a que mi casa es la sucursal del polo, pues no ayuda a la higiene- pero aunque dejé el agua correr 15 minutos (¡) nomás no se calentó lo suficiente.

Así que tomé una decisión extrema: me puse una gorrita en la cabeza para ocultar mis sebosas guedejas, me enfundé una falda larga y como no me pude despojar de la parte superior de mi pijama de franela, me puse mi súper chamarra 1000% poliéster de cuadritos tipo Rober de Niro al final de Machete (sí, puse Rober sin la «t» al final a propósito), metí en una bolsa mis cositas y me fuí a casa de mis padres con esta trabajadísima imagen.

Ya en la casa paterna me receté unos adviles, me eché un rato y me sentí mejor. Luego trabajé toda la tarde con la Señorita Klo a mi lado y me bañé ahí mismo. El agua sale con vapor: ¡me encanta! Por Dios que nunca, nunca, nunca volveré a dar por sentado un baño caliente. Es un placer supremo.

Y qué cosa, ahora tengo sueño.

Cuídensen,

D.