«¿Que qué me ha dejado el grabado? Pues muchos fierros, muchos cobres.»
-Francisco Toledo
A principios de los ochentas, en el Taller de Grabado de Mario Reyes en la Ciudad de México, el maestro Francisco Toledo (Juchitán, Oaxaca, 1940) modificó varias placas de grabados coloniales religiosos. Al herirlas con puntas de diamante y atacarlas con ácidos, les brindó otro carácter a estas escenas de pasajes clásicos de la imaginería católica.
En una entrevista reciente, el artista oaxqueño rememoró la ejecución de este trabajo, aseverando con una sarcástica seriedad que a Mario Reyes no se le entiende nada cuando habla -dicen por ahí que eso es cierto, yo no lo puedo asegurar ya que no he tenido el honor-. Y que además, por alguna extraña razón, el ácido se rehusaba a atacar apropiadamente las placas.
«Mario lo atribuyó a una señal divina. Él es un hombre muy católico.» – afirmó el artista sin apartarse del sarcasmo. Los que conocemos algo del impresor y también artista por cuyo Taller de Gráfica han pasado nombres de la talla de José Luis Cuevas y Leonora Carrington, sabemos que Reyes es completamente ateo.
En una de las placas, una multitud de ánimas en pena se cubre con paragüas para evitar ser salpicados por la sangre de Cristo quien derrama líquido hemático a raudales. Sobre el tablón transversal de la cruz, un extraño conejo con cola de zorro otea la escena. En otra, la Virgen María derrama sus bendiciones -literalmente- a travéz de una manguera negra sobre la jícara que un fiel venerador le ofrece. En aquella, Cristo sostiene un colorido tambor rojo con todo y las baquetas entre sus manos cruzadas, un diablo contorsionista describe con su cuerpo un medio círculo dentro de su alba túnica.
Todas estas imágenes las produjo el maestro al mismo tiempo que Carlos Monsivaís escribía los cuentos que irían emparejados con ellas. La publicación titulada «Nuevo Catecismo para Indios Remisos» incluye en su edición de la casa editorial Era nueve de los grabados del artista gráfico.
Francisco Toledo no es «sólo» grabador, también es pintor, editor, ceramista, escultor y promotor cultural. Es el artista mexicano vivo más cotizado dentro y fuera de México. Es un personaje al que no puedes dejar de adorar ya que después de ser sacudido por la fuerza de su trabajo, lo descubres siendo completamente sencillo en las entrevistas, con la simplicidad de quien está tan seguro de su lugar en el mundo que no siente la necesidad de explicar nada. Bajo su exterior aparentemente rústico se esconde su tremendo intelecto, afilándose las uñas para saltar con su fino sarcasmo sobre cualquier interlocutor que no esté a la altura con un latigazo verbal, de esos que no se sienten sino hasta un rato después, cuando te das cuenta de que te pendejearon sin darte cuenta.
Una muestra de esta faceta de su personalidad la ví claramente en su exposición Los Cuadernos de la Mierda, la cual fué albergada por el Museo de las Artes de la UdeG hace algunos años. En esta muestra había 56 imágenes de un total de 1,500 que el maestro realizó durante su estadía en Francia a mediados de los ochenta. Esta obra fué entregada a la Secretaría de Hacienda y Crédito Público en el año 200o como parte del programa «pago en especie».
En el universo que nos presentó se fundían tradiciones milenarias con escenas cotidianas y fantásticas, en las que intervinieron animales, esqueletos, insectos y calacas que defecaban solitarias o en grupos de animada charla. Todo para la honorable secretaría que maneja nuestros impuestos.
Les recomiendo ampliamente que se den una vuelta a su librería con sillones favorita, vayan a sección de arte, tomen un libro con imágenes de él y dejen que su iconografía les hable a través de los ojos.
Su visita no será corta.
A mí ya me entraron ganas de ir a Oaxaca.