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Llegué al final del Infierno

Me refiero al tercer panel de lo que debe ser la comisión más importante de mi carrera: una paráfrasis de El Jardín de las Delicias, la obra más conocida de El Bosco.

Diana Martín
Newsletter Junio 2021

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Llegué al final del Infierno a finales de Enero. Me refiero al tercer panel de lo que debe ser la comisión más importante de mi carrera: una paráfrasis de El Jardín de las Delicias, la obra más conocida de El Bosco. Estos dibujos representaron un gran reto técnico, nueve meses de trabajo que me acogieron en el primer año de la pandemia demandando toda mi atención.

Escribir aquí que fueron un reto se queda corto pues, aunque cuando ya estaba encarrerada hubo también bastante gozo, maravilla y euforia, también se dieron momentos en los que sí me pregunté, llena de desesperación, en qué me había metido, abismada ante la miríada de detalles de los que tenía que ocuparme, examinando centímetro a centímetro la composición a reinterpretar.

Hace un año exactamente, cuando en medio del calorón de junio somatizaba mi terror ante un contagio con pertinaces dolores de cabeza, recuerdo haber tenido pesadillas en las que pescaba el virus, se me complicaba, moría y dejaba inconcluso el trabajo. La vergüenza era infinita. 

Pero terminé. Lo entregué. Para cuando llegué al Infierno ya sentía que iba cuesta abajo, el paisaje del averno es mi panel favorito de la obra con sus negros profundísísimos, sus duros contrastes. Los personajes que lo pueblan, sufrientes y torturados, de rostros crispados o sádicos y deformes, demonios, monstruos, quimeras. Incendios, haces de luz en medio de la oscuridad.Todo una delicia para plasmar con mi lápiz. 

Luego vino el silencio.

Había anticipado tanto el final de esta comisión para volver a lo mío y ahora no encontraba el camino de regreso.

Aunque siempre hay cabos sueltos que una puede jalar, pistas para volver: uno era la serie de Lord Diadema, mi entrañable niño amblipigio. Su historia, sin embargo, no era hacia donde quería apuntar en ese momento. No me sentía en el lugar necesario para terminar de contar donde terminaba y continuaba aquel hondo amor por su dodo.

Me sentí culpable por ello, no suelo dejar cosas sin terminar. Soy una persona ansiosa, los proyectos inconclusos son una fuente de gran desasosiego para mí. Pero tenía que avanzar y algo que tenía claro en aquel vacío era que la llave era la tinta.

Por meses, mientras trabajaba el Jardín, me enamoré de la obra de la ilustradora Yuko Shimizu, de su uso vertiginoso, primoroso, valiente y cuidadísimo del pincel. Lord Diadema es una serie hecha con la misma técnica, pero aplicada con canutero, línea a línea, entrecruzándolas para lograr los negros más profundos y antes que eso pasar por todas las gamas de grises. Todo con un escrupuloso control de la mano. 

Creo que añoraba entonces la catarsis de dejarla correr desde las cerdas del pincel, ver hasta dónde podría controlarla y luego no. Esos bordes irregulares como leves mordidas que deja el paso del pincel sobre el papel cuando está descargando la tinta capturaban mi atención, las líneas imperfectas, el arrastre grisáseo de las hebras en las que ya a duras penas hay pigmento.

Otra pista fue un bloc de papel arches que compré en Japón. Recuerdo que lo adquirí enamorada del formato: un largo rectángulo angosto de formato pequeño, íntimo. Un tamaño con el que fácilmente podía ir a trabajar en donde fuera, que cupiera en mi bolsa, en mi mochila. Un cuadernillo que podía rodear con mis dedos, unas dimensiones que me obligarían a componer distinto las escenas que eligiera dibujar o pintar, en un plano alargado como de lente gran angular.

Arranqué intentando imitar el estilo de Yuko. Siempre he dicho que maestras y maestros he tenido a puños, desde que en mi adolescencia me esforzaba hasta casi llorar de frustración por intentar imitar el fantástico estilo escurridizo, acuoso onírico de Yoshitaka Amano, estudiando a conciencia (según yo) su uso de las técnicas: sus trazos de lo que yo en ese lejano entonces tomaba por lápiz graso y luego resultó ser litografía, la forma sucia, nada conservadora con la que chapoteaba en el papel con el blanco del acrílico, las manchas que causan las gotas de agua al abrirse paso en la acuarela parcialmente seca (lo que se conoce como “miadas” en las lecciones de pintura). Todo esto chocando igual que enriqueciendo lo que me enseñaba mi académico profesor de acuarela en las clases a las que acudía cada martes.

Intentar el estilo de Yuko para familiarizarme con la tinta aplicada con pincel me duró muy poco, una forma propia de usar la técnica emergió, estoy bien segura que en mi mano dormía la memoria muscular de cuando usé mucho pincel en los años de mi adolescencia y al principio de mi carrera.

En ese tiempo empleaba muchas aguadas en combinación con acuarelas y tintas de color. En cuestión de días comprobé que en efecto, la pista era la correcta, había dado con una veta que encendió mi creatividad, un nuevo ímpetu me refrescó, empezaron a llegar las ideas, detonadas por las posibilidades de las líneas y manchas negrísimas, finas y gruesas, de grises emborronados, de efectos a veces plumíferos, a veces abruptos. Las he dejado fluir sin cuestionarlas, sabiendo que solas irán constituyendo un todo. Me gusta mucho este estilo que he encontrado con pincel, la contundencia a la que me orilla, a hacerlo bien en la primera intención, me ha llevado a dibujar bocetos antes, a ensayar. Algo rarísimo para mí.  

Llevo veinte obras pequeñas, todas explorando la compleja, amorosa, a veces tormentosa relación de Serafina con sus dos picozapatos. He descubierto que la serie se trata también de el vínculo que Fina sostiene con sus dos mamás adoptivas: Luciana y Vita, y con su madre muerta, Gilda, a quien nunca llegó a conocer. Todo esto está describiendo un círculo que invariablemente me va a llevar a mirar con detenimiento su amistad con Lord Diadema, hombre consagrado a conservar aquello que considera irrepetible, y el origen de esa obsesión enraizada en un duelo profundo, en una fractura de su infancia que se cuenta en el libro que no pude retomar enseguida. 

Así es como creo que van las cosas, quiero agotar esta serie hasta el final. Pintar y dibujar a mi Serafina y a sus seres amados, su relación con el mundo. Quiero ver hasta dónde llega. Por primera vez en mi carrera. Sin cortar el proceso. Ya lo verán.

Los quiero, gracias por leerme.
Diana Martín