Las personas que pueblan está crónica serán mentados y mentadas como letras, a fin de preservar su precioso anonimato. Y elijo las polémicas LL, CH, Y, (¡se dice i griega!) y las dos V y B a propósito. ¿A quién diantre se le ocurre aseverar que las primeras dos no existen? Anoche fuimos, las señorita LL, el señor CH y yo a la fiesta de prensa de la FIL.
La sede: un salón a unas cuantas cuadras de La Mutualista. A la entrada: enseñar el pase de prensa, cruzar un zaguán de techo alto y luces azul neón hasta el salón de piso de cuadros negros y blancos. Hay algunas mesitas altas, redondas, de cubierta de vidrio. Son apenas las 11:30 de la noche, y ya hay gente muy borracha. Me doy cuenta cuando al dirigirme a la barra por una bebida, un tipo me toma de los hombros intentando apartarme delicadamente de su camino, casi me tira y además acerca su cara a la mía lo suficiente como para percibir la cerveza en su espeso aliento. Eso no me disuadirá de beberme la fabulosa cantidad de tres chelas en toda la noche. El señor CH es como yo: cero tolerancia al alcohol.
Además, en esta fiesta todo lo que bebas es gratis.
La señorita LL ya se encuentra charlando animadamente con otras señoritas. Saludo a las otras chicas, también amigas mías. La música retumba en nuestros oídos y tenemos que hablar a gritos (de hecho hoy estoy un poco afónica), la pista de baile está abarrotada, pero nosotros no estamos aún de humor para mover los pies.
De pronto, la señorita V divisa entre la muchedumbre al genial cronista Pablo Ordaz, corresponsal para el diario El País en México. Al Señor Ordaz el ondulado cabello cano le llega hasta la nuca y sostiene una charla (seguramente también a gritos) con otro señor. Ambos portan sendas latas de cerveza (por cierto que el aluminio de éstas llevaba impreso el logo de la Feria y el de Castilla y León, toda una borrachera muy culta). Puedo ver los perfiles de ambos, Ordaz tiene una nariz aguileña encima de un mentón delicado pero decidido. Viste de saco gris, su presencia es humilde, nadie sospecharía que estamos al lado de un gigante del periodismo. El Señor CH se encarga de ilustrarme acerca de la brillante carrera del Señor Ordaz: «Escribió unas crónicas pocamadre sobre la epidemia de influenza del año pasado. Y luego fué a Haití cuando el temblor y se aventó otras».
La señorita V, absoluta admiradora de este señor, burbujea de emoción como botella de champaña recién descorchada. Se muere de ganas de ir a saludarlo pero no se atreve, se retuerce las manos y puedo adivinar que, de llevar rebozo, lo traería ya todo mordido. Toda la noche la animamos a que lo interpele, hasta donde me enteré; jamás se animó. «Por fin entiendo a los groupies de OV7» dijo.
Por otro lado, la felizmente enamorada señorita B se desaparece y luego nos presume que el señor Ordaz le dió un beso en la mejilla. Su sonrisa es tan amplia y tan luminosa que casi tengo que mirar hacia otro lado. Casi pude ver la flechota dorada de Cupido asomándosele por la espalda. El afortunado depositario de su amor estaba a pocos metros de ella. Puedo decir que hacen una bonita pareja.
La señorita LL amenaza con empezar a bailar sobre el piso cuyas losas blancas ya lucen todas embarradas del lodo de la cerveza derramada y la mugre de la suela de cientos de zapatos. Ya no cabe una sola lata vacía más en las diminutas mesas de cristal. El señor CH se despide y yo admiro por enésima vez su hermosa chamarra nueva. Encargo mis cosas a la atenta mirada de águila de la señorita LL, y me lanzo al baño.
Frente a los lavabos me espera otro encuentro: con una joven abuela llamada Lucía. Lucía es la encargada de que el tocador de mujeres permanezca limpio. Cada año es la custodia de este lugar tan importante de la fiesta de prensa de FIL. Le pagan 300 pesos por cinco horas más las horas extras si las hay. Vive por el estadio Jalisco. No hay platito para las propinas. Le pregunto por su esposo, resulta que el señor cuida el baño de hombres. «A todos lados andamos juntos» me dice bien feliz, es la segunda sonrisa luminosa que veo en la noche.
Regreso junto a mi grupo y charlo ahora con la señorita Y. Está estrenando sombrero y fumando. El humo de quien sabe cuántos adictos a la nicotina flota en el salón. Frente a la pista brillan las luces fluctuantes de varias pantallas, la bailadera está en su apogeo. Cuando poco a poco nos decidimos a bailar, pasan pura música de cuando estábamos en la secundaria.
Una pareja se besa apasionadamente al lado de un pilar. Él trae un sombrero emplumado, a ella el pelo le llega a media espalda. Él se sostiene sobre sus muletas. Le falta una pierna. Los dos sonríen. La misma sonrisa que ya he visto dos veces en esta noche.
La señorita Y se acaba su último cigarro y nos vamos. 3:00 am.